Solemos hablar de
trenes que hay que coger, trenes que no cogemos, estaciones de
destino... Y ponemos estos símiles tan tópicos porque quizás
tenemos la sensación de que estamos sentados en el banco de una
estación llamada fracaso.
Permanecemos
inmoviles en ese banco de madera ya con arrugas, ya envejecido y
desgastado por las posaderas que allí han permanecido por largo
tiempo. Desgastado por nuestras nostalgias y lloros.
Mientras sentados
ojeamos un viejo periódico, desviando la mirada en ocasiones a esos
viejos raíles y oliendo ese peculiar aroma de mezcla de acero y
piedra, el tiempo de nuestra vida se escapa haciendo auto-stop. Se
despide con aire burlón, y nuestra mirada se pierde en la última
línea del horizonte.
No sabemos cuál es
el destino de ese tiempo que se escapa. No sabemos en qué carretera
bajará y volverá a esperar a otro gentil conductor que le acerque a
un destino que solo el mismo tiempo guarda como el mayor de los
secretos, y que a nosotros le está impedido revelar.
Quizás Dios sí
cometió un error: no proporcionarnos un manual de instrucciones para
descifrar ese tiempo que se va... Y ese tiempo sigue yéndose;
nosotros seguimos releyendo el viejo y amarillento periódico, y
añadimos una arruga más al banco de la estación.
A lo lejos vemos dos
luces, quizás es el tren que estamos esperando. Cierto halo de
misterio recorre nuestro vello. Observamos como se acerca, pero
enseguida nos damos cuenta de que es un espejismo, como si nómadas
cansados fuésemos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario