miércoles, 2 de noviembre de 2016

Se escapa el tiempo

Solemos hablar de trenes que hay que coger, trenes que no cogemos, estaciones de destino... Y ponemos estos símiles tan tópicos porque quizás tenemos la sensación de que estamos sentados en el banco de una estación llamada fracaso.

Permanecemos inmoviles en ese banco de madera ya con arrugas, ya envejecido y desgastado por las posaderas que allí han permanecido por largo tiempo. Desgastado por nuestras nostalgias y lloros.

Mientras sentados ojeamos un viejo periódico, desviando la mirada en ocasiones a esos viejos raíles y oliendo ese peculiar aroma de mezcla de acero y piedra, el tiempo de nuestra vida se escapa haciendo auto-stop. Se despide con aire burlón, y nuestra mirada se pierde en la última línea del horizonte.

No sabemos cuál es el destino de ese tiempo que se escapa. No sabemos en qué carretera bajará y volverá a esperar a otro gentil conductor que le acerque a un destino que solo el mismo tiempo guarda como el mayor de los secretos, y que a nosotros le está impedido revelar.

Quizás Dios sí cometió un error: no proporcionarnos un manual de instrucciones para descifrar ese tiempo que se va... Y ese tiempo sigue yéndose; nosotros seguimos releyendo el viejo y amarillento periódico, y añadimos una arruga más al banco de la estación.

A lo lejos vemos dos luces, quizás es el tren que estamos esperando. Cierto halo de misterio recorre nuestro vello. Observamos como se acerca, pero enseguida nos damos cuenta de que es un espejismo, como si nómadas cansados fuésemos.

Y ese tiempo sigue yéndose haciendo auto-stop, despidiéndose con aire burlón...