domingo, 9 de noviembre de 2008

Siente conmigo la libertad


" Pero ésta vez el espejismo será real, y tu aliento sobre mi nuca lo sentiré de verdad… "



Es cierto que un motorista tiene suficiente con respirar libertad tragando millas a bordo de su montura. Ésas millas saben bien si las acompañas bajo el compás de Hendrix, Beck, Thorogood… pero la guinda del sabor la pone cuando alguien especial las comparte contigo rozando tu espalda.

Faltan sólo un par de horas para que el Sol se ponga. No paro de tomar cafés para no caer en el hipnotismo de tu verde y destellante mirada. Una mirada emanada de unos (no encuentro adjetivo suficiente para calificar la hermosura) ojos que llenan el espacio vacío que deja el aire, acompañado de una sonrisa procedente de unos labios seductores que provocan mudez en mi. Una simpatía contagiosa que hace olvidar por momentos mis problemas...

Inmerso en contemplar tan hermoso y relajante paisaje, mi “yo” bohemio me dice que necesito perderme por cualquier carretera hasta que acabe con la gasolina. Pero no quiero hacerlo solo. Deseo que te pierdas conmigo por cualquier solitaria carretera, mientras siento el roce de nuestras cazadoras. Quiero que nuestras miradas se fusionen en el Sol que se va poniendo tras la colina. Que sintamos el mismo viento que trata de impedir nuestra aventura. Notar el aliento de tu sempiterna sonrisa en mi nuca.

Miro el parcial del contador. Me quedan unos 200 kilómetros hasta que mi cerdita empiece a toser, pero no quiero pensar ahora en gasolineras. Sólo gozar de éste momento que parece un espejismo, y que me da miedo a tocarlo para no romper el encanto. Estoy gozando viendo como el anochecer va oscureciendo el asfalto, transformando las arboledas en misteriosas formas fantasmagóricas. Nos cruzamos con otro solitario faro, seguramente otro “loco bohemio” que no quiere que el frio acabe con su aventura.



El Sol se ha puesto ya por completo. Seguimos en la carretera: tu, yo y el caballo de hierro que nos enseña a gozar de la libertad de una manera diferente. Tu aliento sigue calentando mi nuca, reconfortando el frio ascenso. No necesito nada más por hoy. Tengo lo que cualquier motero necesita…

Pero la realidad del momento ha roto el espejismo. Todo era irreal mientras estaba hipnotizado por tu verde mirada. He despertado, lo he tocado, y se ha roto la magia del conjuro de tu sonrisa. Deseaba que el tiempo se hubiera detenido unos instantes antes.

Pero no voy a desistir en que vuelvas a ser la protagonista de mi particular aventura. Deseo volver a hipnotizarme con tu belleza, contagiarme con tu sonrisa, aprender a leer tu mirada… Pero ésta vez el espejismo será real, y tu aliento sobre mi nuca lo sentiré de verdad…

sábado, 8 de noviembre de 2008

Entre carajillos y dominó


" ... y la máquina teletransportadora de moléculas me devuelve a mi montura. "


Todo aquél que vive en un barrio ajeno a zonas residenciales tiene cerca un bar carajillero. Ésos bares en los que entras y parece que en cuestión de segundos alguna máquina teletransportadora de moléculas te ha llevado hasta el mismísimo corazón londinense y te ha dejado tirado en medio de la niebla a orillas del Támesis.

A pesar de vivir en la era de la tecnología, en la que puedes hablar con personas en la otra parte del globo a través de una pantalla, en la que puedes localizar a cualquier persona con un teléfono aún estando en el Himalaya, los bares carajilleros siguen siendo los bares carajilleros. Locales con regusto de mediados de siglo, en los que la barra de mármol ha perdido todo brillo y han dejado huella las cicatrices de la Vileda.

Entras y ves a tipos de barrio, solitarios, rudos, apoyados en la barra, con la tez curtida y las manos callosas por haber estado toda su puta vida currando en lugar de ir a la Universidad, tomando su carajillo de Magno, su quinto, o su barretxa. Unos potes de cristal conservan dentro de una mezcla de colores rosados y verdes, parte de esos aperitivos que tanto caracterizan al españolito de a pie: banderillas, berenjenas aliñadas, guindillas, olivas sevillanas… Unos metros al fondo, unas mesas con vetas desgastadas de fórmica marrón, 3 tipos pasan la tarde jugando a un clásico de nuestro suelo patrio, el dominó. Llevan toda la tarde con el mismo carajillo, ya frio, saboreos de una hora en cada trago que dan; pero ellos más que nadie saben lo que es saborear una sobremesa, lejos de las prisas mundanas e histerias que nos hacen ser casi inhumanos.

En un rincón, sobre un armario de envases de sifón Ondina, la tele a medio volumen emite un programa de esos de cualquier tarde en el que “ periodistas de investigación “ tafanean en la vida de cualquier famoso o vividor al que nunca le han salido ni saldrán callos por doblar el lomo.

- “ ¿Qué ponemos? ” Pregunta el hombre de cierta edad tras la barra.
- “ ¡Pues un quintillo !” No sé porque pido siempre quintos, si siempre acabo bebiéndome dos o tres, y acabaría antes con una mediana, pero bueno, es por eso de que así parece que me contengo más.

Un tipo de los que permanece en la barra suelta en voz alta un comentario sobre la crisis mundial. El comentario abre paso a una conversación, en la que varios participamos y opinamos. Se entabla sin forzar ni pedirlo un tema, amenizado por el “ quintillo ” y los golpes de las fichas de dominó de la mesa del fondo.

Ese quinto me está entrando como miel sobre hojuelas. “¡Póngame otro!”, al mismo tiempo que señalo con el dedo el botellín ya vacío. El hombre mayor sirve en unos platitos blancos unas rodajas de choricitos fritos, del que todos damos buena cuenta. La conversación continúa, pero no sé porque tipo de magia, la conversación ha derivado en un suceso reciente ocurrido a uno de los interlocutores.

Llevo ya tres quintos, y la cerveza me obliga a ir al WC. Un pequeño cuarto decorado con baldosines color verde hospital, de los que ya no se encuentran. La cisterna yace elevada, con un desagüe de viejo y negro plomo, y lo que antaño el tirador sería una cadena, es ahora un trozo de cuerda. Una bombilla solitaria en el techo y con el cable visto ilumina “ mi puntería “.

Vuelvo a la barra, ahora con otro tema de conversación en el ambiente. Pero se hace la hora ya de irme al redil. He salido de currar y antes de subir a casa, he estado un rato en el bar carajillero de mi barrio. Me he tomado 3 quintos, he picado unos choricitos fritos y me he gastado 3 euros. Me he distraido sin necesidad de opulencias, en mi barrio, viendo a las gentes de a pie y del dia a diam, conversando con ellos. Ahora cuando los vea por la calle los saludaré; nada que ver con el bar de diseño del anterior fin de semana en que todo era impersonal, distante, lleno de niñas monas y repelentes, y que cualquier copa que pidieras te hacía temblar la cartera.

Salgo del bar, despidiéndome de mis compañeros eventuales de conversación con la mano en alto, y la máquina teletransportadora de moléculas me devuelve sobre mi montura.

En el semáforo, pienso que va siendo hora de reivindicar los bares carajilleros de barrio, contribuir a que no desaparezcan y que no sean sustituidos por frios neones y camareras con sonrisas de plástico, en los que empezar una conversación con un desconocido puede abrir ciertas sospechas sobre la finalidad con la que hablas con el desconocido en cuestión. Eso jamás te pasará en un bar carajillero, y jamás conocerás tan a fondo el corazón de tu barrio y de sus gentes como en el bar que juegan los rudos obreros al dominó en la esquina de tu calle.

sábado, 1 de noviembre de 2008

Swing, vino, y tu sonrisa


" No quiero irme a dormir. Voy a desenfundar la guitarra, y decir con ella lo que no puedo continuar con palabras; y lo haré con el lloro del alma, con un blues… "

Hoy he cogido por primera vez mi vieja Fender. Hace ya algo más de un invierno que permanecía hivernando en su funda negra, dormida, muda; esperando que alguien la hiciera hablar.

Ella debería estar enojada conmigo, por haberla tenido tanto tiempo abandonada, sin nadie que le lustrara sus cuerdas de acero. Ella estaba acostumbrada a sentir a través de mis dedos lo que con palabras no sé hacer.

Con el paso de los años, creo que voy aprendiendo que el alma, los sentimientos etéreos, lo que sale del corazón, no debe forzarse a que se sienta. Cualquier motivo, momento, canción, olor, sonrisa… puede provocar un sentimiento.

La Big Jamboree amenizaba la velada con un siempre agradecido swing. Las largas notas de saxo eran saboreadas y remojadas con una copa de vino blanco. A mi lado, su sonrisa. Una sonrisa que llenaba e iluminaba la oscuridad de la sala. Una belleza y expresión que hacía tiempo que no gozaba tanto en contemplar.
Las miradas furtivas de sus cristalinos ojos, la sonrisa en sus miradas, sus palabras, los cigarros que ella me encendia, sus manos que me rozaban y cogían… hacían temblar mi adrenalina.

Todo era un cocktail fantástico que parecía irreal. Las pentatónicas que recorría el guitarra, el walking del contrabajo, el aire convertido en notas celestiales de los vientos, el vino, y la compañía de esas curvas y sonrisa que me estaban enloqueciendo. Un cocktail explosivo y ardiente que empezaba a hacer efecto. Poco a poco venían recuerdos de cuando le hablaba al aire con mi guitarra, ahora abandonada. No podía por más tiempo tenerla en el olvido. Cuántas cosas necesitaba expresar en ésos momentos, y sólo podía hacerlo a través de unas cuerdas de acero.

La ciudad lluviosa y oscura era otra paseando abrazado junto a ti. Era de noche, pero el sol estaba ahí. Llovía, pero cada gota estaba llena de luz.
Deseaba perderme en la pasión de tus labios. Nadar entre tu carmín y tu sonrisa. Perderme y desaparecer rodeado por tus brazos. Susurrarte al oido cuánto te deseaba y lo que hacía ya mucho tiempo que no sentía y lo que habías provocado que sintiese: desear a alguien con toda mi pasión como sentía contigo y volver a decir con mi guitarra lo que con palabras a veces me es imposible.

Está a punto de salir el sol ya. Despierto, cansado, pero feliz y al mismo tiempo añorante y sensible. Veo desde la ventana las farolas apagarse. Las gentes iniciando su rutina por las calles. Y yo aquí, en mi escritorio, recordando la inolvidable noche que he pasado junto a ti. Deseando volver a verte y rodearte con mis brazos. Morder tus labios, rozar mi piel con la tuya, tenerte… Has sido la única que ha conseguido que vuelva a creer en el lloro del alma.

No quiero irme a dormir. Voy a desenfundar la guitarra, y decir con ella lo que no puedo continuar con palabras; y lo haré con el lloro del alma, con un blues…